
La presentación de “La viuda alegre” en el Teatro Nacional hace necesario emitir impresiones, siendo un género en el que prevalecen otras artes.En este montaje se reveló una homogeneidad simplemente magnánime entre música (orquesta, solistas, coro y director), poesía, artes escénicas (en especial la actuación, el ballet y la danza), escenografía (pintura, decoración, arquitectura), maquillaje y vestuario, iluminación y otros efectos escénicos.
Independientemente de que esta modalidad logra su esplendor en el siglo XIX, al ver La viuda alegre es apreciable un proceso simbiótico fascinante. Pues se aprecia tanto de ópera florentina como de veneciana. En la medida en que acontecen los actos, se desarrolla un arte coreográfico cortesano, destacando la declamación musical, siendo los motivos: de amor, de drama y gloria.
Se destaca además la forma en que se intercalan las piezas musicales de baile para evitar la monotonía, características muy propias de la ópera francesa de los siglos XVII y XVIII, con influencias de la ópera cómica francesa de los siglos XVIII y XIX en que se incluye el diálogo hablado. Es asombroso cómo a los instrumentos le suceden los coros, los bailes, … hasta lograr una integración en la que más que buscar significados, el conjunto hace que se penetre en un universo de magia y fantasía que, de aflorar la sensibilidad, permite descubrir un estado del alma superior al que sólo se llega a través del arte. Entonces, siendo la opereta una combinación de manifestaciones varias, las impresiones son mayores.